dimarts, 12 de juliol del 2011

Interrumpir en Madrid es más que interrumpir.

Primera actuación en Madrid.

Porque Madrid sobre todo es tertulia.
Se me ocurrido hacer un mix de dos poemas bellísimos. “El herido” de Miguel Hernández y el poema del amor de Apolo i Dafne de las Metamorfosis de Ovidio, Libro I,452. La verdad no es que se me ha ocurrido, como les he dicho. La verdad es doble. En la parte personal porque sin meterle “El herido” por medio, soy incapaz de representar el poema de Apolo y Dafne. Porque ese poema no lo puedo representar, porque es el poema de mi tragedia en la vida. Y sólo abriéndome la herida con Miguel Hernández y gritando «!Miradme estoy herido! Decidme, ¿quién no fue herido?» - como un grito de cante jondo, de vida y de muerte, como una cornada del torito de la luna -, soy capaz de ponerle voz al poema de Ovidio. Y que me perdone Miguel por hacer de amor, un poema social y de guerra. Y yo sé que me perdona porque todo él es amorosamente nuestro.
Por otro lado me he dado cuenta de la importancia de la tertulia en Madrid, - gracias al libro de Luis Antonio de Villena “Madrid, diario íntimo, sublime y canalla de la villa y corte” -, y he cambiado mi tono de interpretación ,haciendome – lo intento - como un tertuliano más de esa tertulia amistosa que se recrea en las mesas de las terrazas y de los cafés en Madrid, y aunque no lo parece a primera vista, consituye un ritual social más importante y cultivado con más pasión que en otras ciudades. Hasta el tapeo es una tertulia más antes de la comida. Otra tertulia necesaria. No ves a nadie tapeando solo. A nadie sentado solo en la terraza.
Por eso aquí, más que en ningun otro sitio son «interrupciones» lo que estoy haciendo.



El primer Amor de Apolo fue Dafne, hija de Peneo. Libro I,452
Pero no fue un Amor que produjo el azar, como suele ocurrir,
sino la cruel ira de Kupido.

«¿Qué haces pequeño lascivo ?»
Le espetó Apolo viendo a Kupido jugando con su arco,
y todavía ebrio por su triunfo sobre la serpiente Pitón.
«¿Qué haces pequeño lascivo jugando con armas de valientes?

«Tu arco atravesará todas las cosas, querido Apolo,
pero el mío te atravesará a tí.»
Le respondió el hijo de Venus.
Y batiendo sus pequeñas alas se elevó rápido por los aires.

Ya en su fortaleza del Parnaso prepara Kupido dos saetas
de efectos contrarios : una provoca el Amor,
la otra lo rehuye.

Con la que provoca el Amor, hiere Kupido la médula de Apolo,
con la que hace huir, hiere a Dafne.

Al punto Apolo se enamora.
Dafne huye del Amor.

Apolo anda ya enamorado y al ver a Dafne desea unirse a ella.
Pero Dafne huye.

Se abrasa el dios como la paja separada de la espiga.
Todo su corazón arde en llamas.
Pero se alimenta de la esperanza de un Amor estéril.

Pero disculpen. Aprovechándome de la atención que me dispensan me gustaría recordarles con Miguel Hernández :

Por los campos luchados se extienden los heridos.
Y de esa extensión de cuerpos luchadores
salta un trigal de chorros calientes.

La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
Y las heridas suenan igual que caracolas,
cuando llevan la celeridad de vuelo, la esencia de las olas.

La sangre huele a mar, sabe a mar sabe a bodega.
A bodega de mar, a bodega de vino bravo, que estalla allí donde el herido palpitante se anega, florece, se halla.

Pero volvamos con Apolo, que también anda herido.

Apolo observa cómo cuelga el cabello por el cuello de Dafne.
Descuidado. Sin acicalar.
¿Mejoraría si se lo arreglara?
Como brillan las estrellas...¡Sus ojos brillan más que el fuego!
Sus labios ... piden algo más que la mirada...
Sus dedos, sus manos, sus brazos, sus piernas
desnudas...hasta más de la mitad.
Lo que queda oculto, se imagina aún mejor...

Pero Dafne huye y no se detiene ante quien la llama.
La huída misma aumenta su belleza.
El viento desnuda su cuerpo.
Soplos contrarios desvelan su vestido en todas direcciónes.

«¡Oh ninfa, hija de Peneo, ¿Porqué huyes? ¡Quédate, te lo suplico!
No te persigue un enemigo. Huyes como un cordero
del lobo, como la cierva del león, como del águila
huyen las palomas con alas temblorosas.
¡Ay de mí! ¡Sólo a causa del Amor te sigo!»

Apolo se disponía a seguir hablando pero huye Dafne
en temerosa carrera y lo deja con la palabra en la boca.

Pero quien persigue es más rápido
ayudado por las alas del Amor.
No da tregua.
Acosa la espalda de la fugitiva y llega con su aliento
hasta la punta de los cabellos, extendidos a causa de la carrerra.

Agotada, palidece Dafne y vencida por el esfuerzo, dice,
mirandose reflejada en las aguas de su padre, el gran río Peneo:
«¡Ayúdame, padre, si es verdad que los ríos sois divinidades,
echa a perder mi belleza, ... que demasiado ha gustado!»

Apenas acabada su plegaria, un pesado sopor invade sus miembros.
Una delgada corteza ciñe su tiernos pechos.
Sus cabellos crecen como hojas.
Sus brazos como ramas.
Sus pies antes tan poco veloces, se transforman en perezosas raíces.
En lugar de su rostro queda una copa :
pero permanece en ella la belleza...

Y aún así es amada por Apolo, que apoya su diestra en el tronco
y siente todavía temblar sus pechos bajo la nueva corteza.
La abraza. La besa.
Esquiva es, sin embargo, a sus besos, la madera.

«Ya que no puedes ser mi esposa, seas al menos mi árbol.
Estarás por siempre ceñida a mi cabeza. ¡Oh laurel!
Y te cantará mi cítara. ¡Te tendrá mi aljaba!
Serás acompañante de los héroes cuando celebren sus triunfos delante del Capitolio.»

Así que acabó de hablarle, asintió el laurel con sus ramas recien formadas,
y parecía que la copa se movía como una cabeza.

¡Miradme herido estoy!
¡Pero necesito más vidas!
¡La que tengo es poca para la gran cantidad
de sangre que he de perder por cada herida!
Decidme..., ¿quién no fue herido?

¡Ay de quien no esté herido!
¡Ay de quien no se haya sentido nunca herido por la vida!
¡Ay de quien no se haya sentido nunca alegremente herido!